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Ambientación
Al ganar la batalla, Zeus y los Dioses encerraron a los Titanes en el Tártaro, un lugar húmedo, lúgubre, frío y neblinoso en lo más profundo de la Tierra y allí quedaron custodiados por los Hecatónquiros. Tras la derrota de Cronos, Zeus se repartió el mundo con sus hermanos mayores, Poseidón y Hades, echándoselo a suertes: Zeus consiguió el cielo y el aire, Poseidón las aguas y Hades el mundo de los muertos (el inframundo). La tierra, Gea, no podía ser reclamada y quedó bajo el dominio de los tres según sus capacidades, lo que explica por qué Poseidón es el dios de los terremotos y Hades reclama a los humanos que mueren. Por lo tanto, Zeus subió al trono junto a su hermana y esposa Hera como padre de los dioses, que gobierna a los dioses del monte Olimpo como un padre a una familia, de forma que incluso los que no son sus hijos naturales se dirigen a él como tal. Zeus supo de las Musas que estaba destinado a ser derrocado por Hades. Por ello, recurrió a Poseidon para preparar una emboscada contra su hermano, pero el Dios del Mar se rebeló contra la petición de su hermano menor y lejos de formar una alianza ahora eran tres quienes se disputaban por un reinado absoluto. Pronto todos en el Monte Olimpo si vieron obligados a elegir por cual Dios pelear. El veredicto final era resuelto tras oír lo que proponía cada uno de los hermanos y aquel que propusiera el mejor reinado, dependiendo del criterio de cada uno, era quien se merecía aumentar las filas de aliados. Ésta disputa solo llegara a su fin en el momento que un Dios logre subir al trono, siendo el fin quien justifique los medios.
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Una vez que los Dioses escogen por cual bando pelear deben además ofrecer todo lo que se les sea posible para conseguir más aliados. El hecho de que cada bando tenga un tercio de reinado solo fomenta la ira de los Dioses y el deseo de venganza por ver caer al otro. Muchos harán hasta lo imposible con tal de ver triunfar a su Dios, otros simplemente lucharan para evitar que se cumpla la profecía y el resto solo para sacar provecho de la situación.
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Skin creado por Savage Themes. a quien agradecemos por el hermoso trabajo. Tanto el tablón como tablillas también pertenecen al nombrado con anterioridad. Todo lo demás, incluyendo imágenes, diseño y trama fueron obtenidas a través de diversas fuentes de recursos.

Return to me, Return to the Darkness [Perséfone]

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Mensaje por Hades Lun Ene 05, 2015 3:37 pm

Hoy era el primer día de aquellos seis meses que debía cumplir, la reina del inframundo, en el inframundo; un pacto y una promesa dada que no podía ser resquebrajada. Como todos los años, aquel miserable se sentía tan frustrado y tan solo que siempre bailaba en los límites de la locura y la cordura. Su crueldad aumentaba en cuanto ella se marchaba y, en aquellas temporadas no había sido la excepción.

Aquella tarde el Dios se la había pasado sentado sobre su gran sillón, en una de las recámaras principales del palacio, una de tantas en las que solía matar el tiempo cuando no se encontraba azotando o jugueteando con las miserables almas que habitaban sus dominios. Su cuerpo reposaba de forma relajada frente a una enorme chimenea hecha de cuerpos humanos que se quejaban, más de sus bocas no salía grito alguno, pues sus lenguas habían sido arrancadas por el mismísimo Dios. Entre los desgraciados que formaban parte de su obra de arte se encontraban celebridades como Platón y Arquímedes, hombres que habían sido famosos por siempre expresar sus conocimientos por medio del habla y que ahora eran condenados a no hacerlo por la eternidad. Y por si fuese poco, un fuego verde escupía aquella chimenea que venía desde lo más profundo del infierno, quemando y desintegrando partes del cuerpo de los poetas y filósofos.

Hades tenía la mirada perdida, una mirada que se confundía ente la tristeza y el enojo. Entre la decepción y la resignación. Siempre era lo mismo y, por si fuera poco, sabía que algunas veces Perséfone tomaba un par de días más para despedirse de los suyos… O quizás de algún amante. Aquel pensamiento lo incomodo de sobremanera y lo hizo moverse de su sillón, para optar otra posición –Tráiganlo- Movió la mano con pesadez, dando una orden directa al aire. Inmediatamente las puertas de la habitación se abrieron, dando paso a sus demonios guardianes, que traían a rastras a una pobre alma que yacía en el último circulo el infierno, un alma tan antigua que esta había sido de los primeros humanos creados por Zeus.

Los sirvientes arrojaron el cuerpo descarnado, mal oliente y semi-descuartizado del desgraciado al fuego. Sin embargo la mente de Hades se encontraba de nuevo perdida entre los recuerdos de su esposa. Le gustaba verla dentro de su cabeza. Le gustaba ver aquella sonrisa suave que solo ella poseía, le gustaba recordar su olor, sus labios, sus vestidos y como su cuerpo encajaba a la perfección con ellos. Los gritos de aquel hombre rebotaban entre las paredes de la habitación, y por más que fueran desgarradores, el deseo de sangre y la excitación que le ocasionaba el sufrimiento no le eran suficientes, no ese día.

Por fin, logró concentrarse un poco y la mirada del Dios se posó con severa indiferencia hacia el ratón que yacía, aun, revolcándose sobre el fuego. Sonrió levemente disfrutando aquellas muecas exageradas que su boca hacia –Misericordia- Gemía, gritaba e imploraba con tal angustia que comenzaba a disfrutarlo. Se imaginó por un momento el sufrimiento que le ocasionaría a aquel que osara siquiera ver a su esposa y, sin mencionar lo que le haría al maldito que se atreviera a tocarla. El Dios cerró los ojos, tratando de concentrarse tan solo en los gritos.

Quizás esta vez iba a ser uno de aquellos años, en los que le hacía pensar que realmente aun detestaba estar allí con él. Perséfone amaba el mundo exterior y él no tenía ningún lugar a donde llevarla dentro del infierno, no existían aquellos jardines que pudieran albergar vida. Maldijo su suerte y por sobretodo maldijo a su hermano Zeus, pues él lo había condenado a esa miseria de vida. Apoyó su barbilla sobre su mano, mientras acariciaba esta de forma pensativa... “Quizás es hora de dejarla ir” Pensó... Más, el inmortal, sabía que aquello significaría su propia ruina y su muerte, más un Dios no puede morir, por más que por ahora lo estuviera deseando con tanta fuerza.

Sintió el cansancio tras sus parpados cerrados. Hacía días que no dormía por las ansias que le provocaban el regreso de la Diosa y, al parecer como había llegado a una conclusión no tenía el valor de seguir esperando despierto. Hades se había convencido a sí mismo, que aquel día Perséfone no llegaría.

Dejó que Morfeo hiciera de las suyas y le intentara relajar al grado de quedarse dormido sobre el propio sillón, caer dormido, pues aquella era la única manera de no pensar en ella y, aun así... En sus sueños siempre aparecía.
Hades
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Return to me, Return to the Darkness [Perséfone] Empty Re: Return to me, Return to the Darkness [Perséfone]

Mensaje por Perséfone Jue Ene 15, 2015 2:23 pm

El sol de la tarde acariciaba con dulzura su piel blanquecina, ligeramente tostada a causa de esos largos meses que había permanecido en el mundo de los mortales, jugueteando unas veces en los prados en compañía de las ninfas o dando largos paseos con su adorada madre, Démeter. No había cosa que amara más que las caricias del césped en su piel, o el dulce rumor del viento al pasar por los árboles, o incluso el cosquilleo de su propio cabello al danzar al son de las cálidas corrientes de aire. Perséfone estaba hecha para pasar sus eternos días entre los valles teñidos de colores vivos y saturados de hermosas flores que nacían cada año para ella, no para vivir en el abismo ni estar rodeada de almas destinadas a ser juzgadas por la inmisericordia de Hades, su esposo.

Aquellos días en los que le correspondía a la joven diosa permanecer entre humanos habían terminado. Los días de la dulce primavera y del agradable verano habían concluido y ahora le correspondía regresar al Tártaro, aquel mundo siniestro en el que la demencia suplantaba la dulzura y el rosado en sus mejillas por una expresión fría y vacía. Estando recostada sobre el césped durante su último día en la tierra buscaba impetuosamente una razón que le motivase a cambiar la vida por la muerte, pero en sus pensamientos sólo encontraba un nombre, la imagen de un ser que superaba las delicias del mundo mortal, el mismo que le atormentaba con el recuerdo de su condición, el hombre que le raptó completamente enamorado y obsesionado. Hades. A pesar de su sufrimiento en el Tártaro, no se arrepentía de haber probado el fruto.

El regazo de su madre sostenía la cabeza de Perséfone mientras que sus manos puras y desgastadas por el eterno trabajo de la tierra acariciaban la cabellera de la diosa, adornándolo con flores y trenzándolos por el mero placer de estar con su adorada hija. De sus labios salían melodiosas historias inspiradas en las musas a fin de arrullar a la castaña en su última tarde con ella, rogándole entre poemas que no se olvidara de ella, pues contaría los días hasta su regreso. Comparó la piel de su hija con la miel y sus ojos azules con piedras preciosas en medio de una grata alabanza a su belleza hasta finalmente guardar silencio durante unos minutos. Pronto reanudó su monólogo a fin de advertirle a su adorada hija del peligro, de recordarle que debía permanecer recelosa a cada una de las palabras de su ahora esposo en tanto que él no merecía el precioso amor de la diosa ni su consideración tras haberla secuestrado.

Perséfone escuchaba atenta, con sus ojos cerrados y sus manos dulcemente entrelazadas con el césped. – Madre – Susurró incorporándose y girándose a fin de ver a Deméter, evidenciando su temor a decepcionarla  – No deseo entregarle mi amor al dios que me ha separado de ti, el mismo que ocasiona que la tierra se entristezca durante mis prolongadas ausencias. Hades te ha causado mucho dolor y mucho me temo que es suficiente para ignorar hasta sus más cálidas palabras hacia mí. – Afirmó mirándola a los ojos con la intención de transmitirle la seguridad en sus propias palabras y, al mismo tiempo, recordarse a sí misma la promesa que formulaba para sí una y otra vez a todo momento.

La noche se ciñó pronto sobre sus cabezas y fue necesario abandonar los prados a fin de encontrar refugio durante las horas nocturnas en el templo que los humanos habían alzado para Deméter, quien rogaba a su hija pasar su última noche en el mundo terrenal a su lado, con la promesa de conducirla ella misma a los portales del Tártaro antes del amanecer, como hacía todos los años. La lira sonó durante horas en una melodiosa despedida para Perséfone, brindándole los dulces recuerdos que conservaba de la tierra con la esperanza de volver y rodearse de todo lo bello en él, cosa que resultaba imposible estando en el inframundo, en donde sólo había dolor y no había más compañía que la propia Demencia.

Deméter cumplió su promesa y Perséfone partió de vuelta la inframundo, despidiéndose con una sonrisa decaída de las ninfas para finalmente partir al Tártaro y volver con Hades. Las facciones de la mujer cambiaron tan pronto se encontró en un ambiente distinto, tomando la apariencia de una monarca digna de ser temida, de expresión seria y carente del cariño que prometía en la superficie, caminando a pasos seguros a través de los pasillos del palacio en donde debía encontrar a Hades como si exigiera su compañía únicamente para que viera él con sus propios ojos que había vuelto tal y como estaba estipulado.
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